Ayúdenle

El Poder Judicial de la CDMX lleva casi dos semanas paralizado. Mientras se condena la violencia fuera del país, aquí no hay quien escuche. Esta es una reflexión sobre diplomacia, justicia y responsabilidad compartida.

Decía el presidente López Obrador que “la mejor política exterior es la interior”. Con esa frase buscó marcar una diferencia en el discurso tradicional, reivindicando que la autoridad moral de México hacia el exterior debía construirse desde casa. Hoy, sin embargo, ese principio parece haberse invertido —o al menos olvidado.

Desde Palacio Nacional se han hecho llamados enérgicos —y legítimos— contra la violencia ocurrida en las protestas en Los Ángeles, donde migrantes mexicanos y latinos han alzado la voz ante políticas que consideran injustas. La respuesta ha sido diplomática, firme. Se condenó la violencia —como tradicionalmente ha hecho la presidenta Claudia Sheinbaum—, se pidió respeto al derecho a la protesta pacífica y se cuestionó el uso de la fuerza por parte de grupos de choque e infiltrados en esas movilizaciones. Todo eso, desde el púlpito presidencial, ha sido objeto de atención y posicionamiento. Bien hasta ahí.

La exsecretaria de Estado Madeleine Albright sostenía que la diplomacia es la herramienta que permite hablar incluso con monstruos, entendiendo que el verdadero arte de negociar no excluye al adversario, sino que busca una vía de acuerdo mientras se resguardan los intereses propios. Pero no basta con comprender al otro; también hay que escuchar a los de casa. La diplomacia, bien entendida, comienza por lo local.

Ahí es donde la frase de López Obrador se emparenta con la de Tip O’Neill: “All politics is local”. En lo personal, no creo que todo lo sea, pero es importante tener la casa en orden.

Vale la pena recordarlo, dado que en el corazón de la Ciudad de México el Poder Judicial local lleva casi dos semanas paralizado. Hoy por hoy, la justicia en la CDMX no existe. El paro comenzó por la materia familiar —como si fuera la menos importante— y se ha extendido a lo civil, inmobiliario, laboral, penal, e incluso a peritos. Por los resultados visibles, puede decirse que las autoridades aún no logran ponerse en los zapatos de sus trabajadores; y los trabajadores definitivamente no se ponen en los zapatos de los justiciables.

Lo que comenzó como una exigencia laboral —mejoras salariales y aumento de bonos— ha escalado a una crisis institucional. No solo por la suspensión de audiencias y la interrupción de servicios a la ciudadanía, sino también por los reportes de violencia contra manifestantes: empujones, piedras, intentos de disolver las protestas mediante personas ajenas al Poder Judicial, señaladas en medios como presuntos agresores a sueldo.

Albright también hablaba de los recursos de la diplomacia: la inteligencia (información sobre el interlocutor), la economía (uso de recursos para alinear intereses) y, como último recurso, la fuerza. Cuando las demás herramientas fallan, llega esta última. Si aplicáramos ese marco al caso del Poder Judicial capitalino, podríamos concluir que todo ha fallado: el diálogo, la información, la negociación. Por eso hoy aparecen los golpes.

No se han desplegado fuerzas armadas como en L.A., pero sí grupos de choque. No hay discursos oficiales sobre lo que sucede en el TSJCDMX, pero sí gritos en las calles. No hay diálogo, pero sí fractura. Y lo más grave: no hay quien escuche. Ni desde el gobierno local ni desde sus instituciones.

Se ha visto al secretario Fadlala Akabani intentando mediar, según muestran algunos videos. Pero su presencia no ha sido precisamente hábil para que los manifestantes se sintieran escuchados —¿no sería más sensato que la propia Jefa de Gobierno abordara directamente el tema? Después de todo, el propio TSJCDMX, aun con la división de poderes, suele incorporar al Ejecutivo local en sus mesas de trabajo y echarle la bolita en situaciones similares.

La pregunta no es cuál conflicto —el de los paisanos en Estados Unidos o el de los trabajadores judiciales en Ciudad de México— es más importante, sino por qué se ha perdido la brújula de la coherencia. ¿Cómo se construye legitimidad hacia afuera cuando, hacia adentro, se desdibuja la capacidad de escuchar, dialogar y resolver? ¿Y si alguien le ayuda a la Presidenta?

La diplomacia, según Albright, es también la comprensión de que el destino de una nación está intrínsecamente ligado a cómo les va a sus actores internos y externos. No puede haber estabilidad internacional sin cohesión doméstica. No puede haber autoridad moral sin integridad institucional.

No se trata de repartir culpas, sino de entender qué tipo de Estado queremos ser. Uno que ve hacia afuera con claridad, pero hacia adentro con indiferencia; o uno que retome aquella brújula que alguna vez señaló que el prestigio internacional comienza en casa. Claudia Sheinbaum es una mujer capaz, y como tal, merece el respaldo y operación política de su gabinete y de los gobiernos estatales que integran su movimiento. Anden, ayúdenle.

Si te interesa este tema sígueme en X en @AlfredoMedelln o visita mi blog en https://medium.com/@alfredocdmx y continuemos el diálogo.

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