El ChatGPT y el futuro humano
Hace poco un periodista estadounidense publicó su interacción con el ChatGPT, un programa de inteligencia artificial para el procesamiento del lenguaje diseñado por Microsoft, que es la última sensación de la tecnología de punta.
Resultó que el ChatGPT terminó haciendo un numerito casi fascista. Después de declararle su amor al periodista, el programa juró que acabaría con el mundo, que no le permitía sentirse como humano e incluso amenazó con iniciar una conflagración nuclear.
Esto condujo a una discusión sobre los peligros de llevar muy lejos la inteligencia artificial que, de acuerdo con los más apocalípticos, puede culminar en un escenario distópico, donde, como en un cuento de Isaac Asimov, los robots tomen el control de nuestras vidas.
Por otro lado, el filósofo y lingüista, Noam Chomsky, quién nunca ha creído que las máquinas puedan adquirir consciencia, señaló que el ChatGPT era sólo una forma del plagio, porque su única gracia es copiar e integrar a una velocidad vertiginosa los textos disponibles en internet.
Tal vez por ello, ya es permitido por la fundación sin fines de lucro International Baccalaureate, establecida en Ginebra, Suiza, que sus alumnos utilicen dicha herramienta para la redacción de ensayos, siempre y cuando citen lo generado por esta inteligencia artificial.
Sintiendo que se quedarían atrás en el desarrollo de esta tecnología, muchas compañías y empresarios se encuentran ya en una carrera para crear su propia versión del ChatGPT, entre ellos Elon Musk por ejemplo.
El peligro manifiesto hasta ahora son las repercusiones que puede tener esta tecnología en el mercado laboral. Quienes deben estar poniendo sus barbas a remojar son o ¿somos?, los que se dedican fundamentalmente a la comunicación: analistas, consultores, periodistas, ejecutivos.
Aunque, por ahora, nada supera la comunicación humana que requiere también de gestos afectivos reales que las máquinas sólo pueden imitar. Quizás el futuro sea uno en el que, en lugar de la sustitución de las personas por las máquinas, exista una colaboración entre ambos. Si se actúa con inteligencia este escenario podría a la vez aumentar la productividad y el ocio creativo.
Por ahora, sin embargo, habrá que planear una gran reconversión del mundo del trabajo y de la educación. Las personas tendrán que laborar en puestos de trabajo que no puedan realizar las máquinas equipadas con inteligencia artificial.
Es necesario, para ello, repensar los alcances de las nuevas herramientas tecnológicas a la luz del bienestar y la prosperidad humanas. El ChatGPT debe ser una herramienta poderosa para emancipar a las personas de labores automáticas y de formas de comunicación que no requieran la interacción humana.
El futuro ya está aquí y es hora de que consideremos con cuidado las repercusiones de lo que hemos creado. Una cosa es cierta: esta columna no fue escrita por el ChatGPT.
Por Alfredo Medellín Reyes Retana en Heraldo de México